lunes, 1 de abril de 2013

LAS DULCES VELEIDADES CASTRENSES DE LOS GRIEGOS (Y II): ALEJANDRO MAGNO, EL HÉROE APASIONADO










Alejandro III el Magno, rey de Macedonia, que vivió entre los años 365 y 323 a.C., siguió los pasos de su padre, Filipo II, no sólo en el aspecto político y militar, sino también en el terreno personal, incluyendo el sexual y afectivo. Su primer logro histórico, antes de llevar sus ejércitos hasta las márgenes del río Indo, fue unir a toda Grecia bajo un mismo mando, algo que no se había conseguido nunca antes. Por esta misma razón los griegos le consideran un héroe nacional y, tal vez por ello, cuestionan la veracidad de las crónicas que le involucran en aventuras amorosas con hombres, argumentando que se trata de fuentes tardías. Pero ¿cómo no creer en ese asunto a las mismas crónicas que nos narran sus hazañas y sus logros como gobernante?



Filipo II de Macedonia


LA SAGA MACEDONIA

Retrocedamos unas décadas, hasta finales del siglo V a.C. Reinaba en Macedonia Arquelao I, un monarca que pagó con su sangre haber desairado a su amigo Crátero, quien, aunque bebía los vientos por el monarca, también anhelaba emparentar con él casándose con su hija. Cuando Arquelao entregó la mano de su infanta a otro hombre, Crátero, sin pensárselo dos veces, asestó a su soberano y amante tal cuchillada que lo mató de inmediato, cosa que sucedió en el año 399 a.C.


Pero no sería el único macedonio real eliminado por un amante despechado. Décadas más tarde, el padre del futuro Alejandro Magno, Filipo II, corrió la misma suerte de su antepasado Arquelao, ya que seguramente murió a manos de su amante Pausanias, a quien había rechazado poco antes por otro joven, también llamado Pausanias. A lo que se ve, los celos en Macedonia tenían mortales consecuencias.

Pero no sólo fueron los celos los que causaron aquel magnicidio. Es el cronista Diodoro Sículo, citando a Clitarco de Alejandria, quien siglos después narra la versión de la muerte pasional del rey a manos de Pausanias, que hoy discuten muchos historiadores modernos, por verla forzada. Se trata de una historia de lo más rocambolesco, en la que se entremezclan los celos, la venganza y el asesinato y que involucra, además del propio Filipo, a otros personajes de la corte, caso de su amigo Átalo. Sea como fuere, la muerte del monarca macedonio favorecía a muchas otras personas de su entorno, incluido su hijo Alejandro Magno, quien heredó el trono cuando sólo contaba 20 años.




LAS LOCURAS DE ALEJANDRO

Aunque la historiografía tradicional lo haya disimulado bajo un velo de opacidad, a Alejandro Magno le gustaban los hombres, algo que no empaña el inmenso palmarés acumulado como estratega y gobernante y el inmenso legado que dejó a la humanidad. Y es que Alejandro también tuvo un lado ambiguo y hasta afeminado a veces. Nunca se casó hasta haber conquistado Persia y lo hizo más adelante por motivos políticos con una mujer persa, Roxana, hija del rey Darío III, a la que casi no veía nunca. Tampoco frecuentaba el harén de esclavas, como hacían otros príncipes.

Por el contrario, procuraba estar al lado de su adorado Hefestión, de quien casi nunca se separaba, sobre todo en los tiempos de las grandes conquistas de Oriente, que compartían juntos. También flirteó con otros guapos mancebos. Y, por si esto no fuera suficiente, le encantaba disfrazarse de la diosa Atenea en ropajes plateados, cosa que hacía en público sin el menor recato.

 

Marco Zagata. Alejandro y Hefestión  (detalle)



EL AMOR DE SU VIDA

Alejandro amó con locura a Hefestión, un camarada con quien compartió la niñez bajo la tutela de un maestro excepcional, nada menos que el filósofo Aristóteles, quien inculcó en ambos la pasión por los libros y, sin duda, también la noción de pederastia. Hefestión era un hermoso aristócrata macedonio, que se convirtió en jefe de la caballería del gran conquistador, amigo inseparable y, también, por mucho que algunos lo nieguen, amante suyo. De hecho, hace acto de presencia en la corte justo cuando se consuma la conquista de Troya. Allí mismo Alejandro celebró sacrificios en el altar de Aquiles y Hefestión en el de Patroclo, el mítico amante de aquel héroe. Así daban a conocer de forma inequívoca cómo concebían la relación afectiva entre ambos. Claudio Heliano afirmaba a este respecto que Alejandro dejó implícito que Hefestión era su amor, como Patroclo lo fue de Aquiles.

Sabemos que Alejandro era hombre de una belleza extraña y arrebatadora, aspecto aseado, siempre afeitado y que tenía un ojo azul y otro marrón. Era atlético y de estatura más bien baja. Su extraordinaria forma física le permitía saltar del carro de combate a plena velocidad para volver a él acto seguido. Hefestión era más alto y más hermoso aún, hasta el punto de que la gente le confundía por su prestancia con el magno conquistador, como le ocurrió en una ocasión a la reina de los persas. Alejandro, viendo la desazón de la reina al darse cuenta de su error, la tranquilizó con estas palabras: "No hay problema. Hefestión también es Alejandro".


 Giovanni Antonio Pellegrini. Alejandro ante el cuerpo de Darío (1708)


UN OLIMPO EN LA TIERRA

Alejandro se creía dios, o al menos hacía creer a los demás que el Olimpo tenía reservado para él un lugar señalado. Pero, de la misma manera, no quería pasar a la eternidad sin llevar del brazo a su amado Hefestión. Por eso preguntó al oráculo de Siwa, en Egipto, si su compañero también era dios. El oráculo respondió que Hefestión era, efectivamente, un héroe, un semidiós. Todo estaba arreglado, pues, al menos en lo que atañe al más allá.

Pero Alejandro también quería tener a su adorado amigo lo más cerca posible en la vida terrenal. Por eso, se aseguró de que sus dos hijos, Heracles y Alejandro -futuro Alejandro IV-, fueran sobrinos de su amante. Así qué casó a Hefestión con su cuñada, la hija del rey persa Darío III. Como pude comprobarse, muchos siglos antes de Hollywood, ya se arreglaba matrimonios de tapadera sin problemas.

Todo iba encaminado a conseguir que el 'hermanamiento' entre Alejandro y Hefestión fuera lo más estrecho posible, hasta convertirse en una verdadera obsesión. Diógenes de Sínope, filósofo cínico que vivía como un pedigüeño, en su epístola 24, incita a Alejandro con estas palabras: "Si deseas ser hermoso y bueno, quítate ese trapo que llevas sobre tu cabeza y ven con nosotros. Pero no serás capaz de hacerlo, porque estás dominado por los muslos de Hefestión".


 Hans Withoos. Bagoas


EL BELLO EUNUCO

El historiador latino Quinto Curcio Rufo, en su Historiae Alexandri Magni Macedonis,  afirma que el gran estratega también se encaprichó de un hermoso persa, llamado Bagoas, quien, aunque eunuco, sólo tenía extirpadas las gónadas, según costumbre de la época, manteniendo así intacta su virilidad. La relación que mantuvo con él causó gran escándalo entre los griegos, no porque fuera alguien de su mismo sexo, sino por su origen bárbaro.

Bagoas, quien también había sido mancebo del rey persa Darío III, se instaló gracias a Alejandro en una villa cerca de Babilonia. Según cuenta Eumenes de Cardia, erudito general, Bagoas fue nombrado por Alejandro Magno como trierarca o alto funcionario militar. De todas formas, las tropas macedonias estaban acostumbradas a estos devaneos, ya que el historiador Plutarco afirma cómo al regreso de una expedición por la India, los soldados pedían a su strategós que besara a Bagoas delante de todos, a lo que Alejandro accedía sin el menor recato. Y su colega, el ya citado Curcio, menciona el nombre de otro amante suyo, Euxenipo, cuya belleza le cautivaba.


 Tumba de Alejandro. Museo Arqueológico de Estambul (Turquía)


DÍAS DE MUERTE

Cuando ya estaba avanzada la conquista de Asia, con las tropas exhaustas, Alejandro decidió regresar y prepararse para emprender la conquista de los territorios situados a Occidente de Bizancio, hasta la misma Hispania. Pero Hefestión murió súbitamente de tifus. El dolor de Alejandro fue tan grande que dejó de beber y de comer durante varios días, se rapó el pelo en señal de duelo y ordenó hacer lo mismo con las crines de toda su caballería. Declaró un prolongado luto oficial en todos los territorios de su imperio y en la pira funeraria de su amigo depositó objetos de un valor incalculable.

Los días siguientes a la pérdida de Hefestión se hicieron insoportables para Alejandro. Pero los dioses habían dispuesto su tránsito inmediato hacia el Olimpo. No habían transcurrido aún ocho meses, cuando Alejandro, de regreso a Macedonia, muere en la ciudad de Babilonia, con tan sólo 32 años. Lo que no consiguió la espada lo hicieron unas fiebres que contrajo, aunque no se descarta que fuera envenenado. Su cuerpo momificado fue llevado a su tierra natal en un sarcófago de oro, pero en el camino fue interceptado por el ejército de Ptolomeo I, quien lo condujo a Egipto como preciado botín. Nada más se sabe de los restos de quien fuera el mayor conquistador de todos los tiempos.





ALEJANDRO EN LA PANTALLA

El film de Oliver Stone, Alexander ("Alejandro Magno" en su versión española), filmado en el año 2004, nos ofrecía una aproximación novedosa y controvertida de la vida personal de Alejandro Magno, cuyo papel asume un muy digno Colin Farrell, mientras que Jared Leto hace las veces de Hefestión. Ni gustó a un amplio sector de espectadores, ni a los historiadores, ni a los críticos, aunque presenta una versión aceptable, ambigua y dulcificada, sobre la vida de Alejandro y su relación con Hefestión, lo que es más de lo que el público medio americano sería capaz de resistir. Oliver Stone se vio obligado a suprimir algunas escenas comprometidas, que quedan reflejadas en una versión sin censura de 2005. Poco después, en 2007, el director decide hacer una tercera versión, Alexander Revisited: The Final Unrated Cut, de tres horas y media de duración, que pasó desapercibida, a pesar de su mayor integridad.

No fue ésta la primera ocasión que Alejandro pisaba la pantalla. El primer filme que habla del él, Alexander Den Store (1917), nos llegaba en versión muda, algo cómica e intrascendente, de la mano del alemán Mauritz Stiller, uno de los grandes del cine europeo primitivo. Más exótica resulta Sikandar (1941), obra fastuosa del indio Sohrab Mohdi, que muestra a Alejandro como héroe y galán. Años más tarde Richard Burton dio vida al mítico conquistador en un filme tipo peplum de Robert Rossen, Alejandro el Grande (1956), rodado en España, que, aunque gustó al público, presenta la cara más anodina y superficial del rey macedonio.

Con el mismo título aparecía en 1980 una extraña, desmitificadora e interesante producción greco-italiana de Theodoros Angelopoulos, O Megalexandrós (Alessandro il Grande, en la versión italiana), premiada con el León de Oro del Festival de Venecia, por no citar otras adaptaciones próximas al cine Serie B, como la italiana Goliath y la esclava rebelde (1963), Alexander Seki (1997), animación futurista japonesa, o The Pharaon Project (2001), auténtico e infumable batiburrillo pseudohistórico.





La más reciente producción filmográfica sobre Alejandro Magno desaprovecha la ocasión de recrear sin cortapisas la juventud del gran héroe helenístico. Se trata del largometraje Young Alexander the Great, coproducción realizada entre Egipto, Grecia, Reino Unido y EE.UU., dirigida en 2010 por el egipcio Jalal Mehri, donde los guapos Alejandro (Sam Heughan) y Hefestión (Paul Telfer) se dedican a perseguir jovencitas, evitando cualquier insinuación homoerótica.




UN LEGADO UNIVERSAL

Bajo el gobierno de Alejandro, Grecia conoció una etapa de paz y prosperidad sin precedentes. Pero su logro más importante no fue la creación de un imperio, sino la gestación y difusión de una cultura helenística común sobre un extenso territorio que abarcaba desde la India hasta el Atlántico, sentando las bases de un Bizancio que brilló con luz propia hasta bien entrado el siglo XV. En lo personal, Alejandro se convirtió en estereotipo de gran estratega, militar y político, para generaciones sucesivas. Hasta el mismo Napoleón quiso emularlo.

Su vida amorosa también fue especialmente original y transgresora. Alejandro, que conocía perfectamente la pederastia ateniense de manos de Aristóteles, prefirió amar a hombres de su edad. No se guió por la tradición que utilizaron sus predecesores, sino por sus deseos y su corazón, y eligió como compañeros a varones de su propia quinta, en una cultura en la que el amor griego relacionaba a hombres maduros con chicos mucho más jóvenes.

Tras el Medievo, Alejandro formó parte de un grupo integrado por nueve nombres vinculados al mito de la caballería y la milicia, según se describe en El Quijote por Miguel de Cervantes. Los ocho restantes fueron Héctor, Julio César, Josué, David, Judas Macabeo, el Rey Arturo, Carlomagno y Godofredo de Bouillon. Curiosamente, si seguimos los indicios de las crónicas, al menos cuatro de ellos, incluido Alejandro, bebieron los vientos por otros hombres.


 
Mosaico. Pompeya (Italia)


PARA SABER MÁS:




Bernard Sergent: La homosexualidad en la mitología griega. Barcelona, Alta Fulla, 1986.

Kenneth J. Dover: Homosexualidad griega. Barcelona: El Cobre, 2008.

B.R. Burg y otros: Gay Warriors. New York: New York University Press, 2002.

Nicholas J. Saunders: Alejandro Magno. El destino final de un héroe. Barcelona, Zenith, 2007.

2 comentarios:

  1. Mágnifico, no podía ser menos. Es una historia inmortal, aunque intenten manipularla como tantas otras.

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  2. Así es, amigo Leopold, una historia inmortal, como tantas otras perdidas en la noche de los tiempos. La polémica siempre está servida cuando se trata de "tocar" a los héroes consagrados por la historia tradicional y su visión heterosexista de siempre. Pero las fuentes históricas apuntan datos reveladores que, aunque a algunos les pese, ahí están y nadie puede ocultarlos a estas alturas. Un abrazo fuerte, Leopold. Sabes que es un honor tenerte entre mis lectores habituales.

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