Si hay algo que no mencionan las guías de Tánger es que La vida
perra de Juanita Narboni, obra cumbre del hispano-tangerino Vázquez
Molina, es una de las mejores y más
originales novelas de la literatura castellana del siglo XX. Tampoco lo dicen
las antologías al uso, y menos aún es citada desde las cátedras de literatura.
¿Tal vez porque su autor ni fue prolífico, ni perteneció al parnaso de las
letras hispanas?, ¿porque la novela admite lecturas trasgresoras, desde lo
marica, hasta lo bollo, pasando por lo transexual?, ¿o quizás porque su
autor fue alcohólico y homosexual? Sea como fuere, Vázquez Molina, considerado
como el último escritor maldito de las letras castellanas, construye en su
novela un alegato original y bizarro cuya última adaptación a la pantalla, de
la mano de Farida Benlyazid, consiguió hacerla popular entre el gran público.
Emilio Sanz Soto, Carleton, Truman Capote, Jane y Paul Bowles
ESA PUTA LLAMADA TÁNGER
Tánger colonial, cosmopolita y seductor. Tierra de nadie y de todos a
la vez, engañosa 'ciudad-mujer'. Escenario
que Michael Curtiz plasmara en su filme Casablanca. Personajes del mundo
anglosajón, como los Bowles, habían desembarcado en aquella ciudad de las mil y
una noches para pasar unas horas, y se quedaron a vivir en ella medio siglo
casi. También allí, un joven Delacroix descubriría la luz, mucho antes de que
Matisse se perdiera absorto entre el laberinto multicolor de su vieja medina. Y de que Truman Capote, Jean Genet, Tennessee Williams o William Borroughs transitaran
las esquinas de aquella urbe decadente en busca de chicos y de hachís.
De Tánger surgieron escritores e intelectuales españoles importantes,
como Plácido Fernández, Emilio Sanz de Soto o Carlos Sáenz de Tejada. También García
Lorca, Jacinto Benavente, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda,
Juan Goytisolo o Carmen Laforet quedaron enganchados a ella durante las temporadas más o menos prolongadas que
pasaron allí.
En aquella misma puta llamada Tánger (como la nombraba
cariñosamente el mismo creador de Juanita Narboni), vieja ciudad atestada de
rameras, homosexuales, drogadictos y artistas expatriados, Ángel Vázquez
Molina, entre faldas y sombreros, abría sus ojos al mundo la noche del 3 de
junio de 1929.
ENTRE FALDAS Y SOMBREROS
Ángel -su verdadero nombre,
Antonio, le recordaba al de un torero- había sufrido ya desde la cuna misma el
maltrato violento de su padre, Álvaro Vázquez, hombre de oscuro pasado,
malagueño probablemente, que le abandonó de pequeño al único cuidado de su
madre, Mariquita Molina, nacida en Jubrique (Málaga) en 1899. Desde su
infancia, Ángel se refugia en un mundo profundamente femenino, a las faldas de
su madre, dueña de una sombrerería muy famosa en la medina de Tánger. El mundo
de los chismes de las clientas, chapurreando la yaquetía, extraña jerga de los sefardíes tangerinos. Vivencias juveniles que le convierten en un niño tímido, introvertido y solitario y le
empujan a la literatura como bastión contra su soledad. Ese mundo interior al
que más tarde se referirá como sus “habitaciones privadas.”
Tras estudiar en tres colegios distintos (italiano, francés y
español), a los 18 años Ángel cuelga los libros para ayudar económicamente a su
madre. Va de un empleo en otro, como oficinista, vendedor de librería,
colaborador ocasional del diario España, o secretario de un bufete
jurídico. En sus ratos libres, devora incansable toda clase de libros, mientras
surge en él una irrefrenable necesidad de expresarse por escrito. Así
transcurre su vida, entre bares, garitos y bibliotecas, que le permiten evadirse
de su asfixiante realidad personal.
A Ángel Vázquez tan pronto se le ve asiduo de los cócteles más
glamurosos, ofrecidos por Barbara Hutton o sus amigos Paul y Jane Bowles, como
frecuentando los lugares más apartados de la noche tangerina. Su afición a la
bebida y a los tugurios le acercó a otros hombres que también buscaban amores
prohibidos y fugaces, como el caso de William Borrough, con quien compartió más
de una barra en los garitos de Tánger.
Ángel Vázquez y Emilio Sanz de Soto.
SE ENCIENDE UNA LUZ
Su precariedad económica se agrava conforme avanza la inminente
independencia de Marruecos. Con sus escasos recursos apenas si llega a fin de
mes. Tampoco puede abandonar Tánger, ya que de él depende su abuela, ya muy
anciana, y su madre enferma. En ese angustioso trance surge su primera novela, de
título premonitorio, Se enciende y se apaga una luz, cuya técnica
narrativa tanto debe a Virginia Wolf, y ambientada en Tánger. Con ella consigue
el Premio Planeta en el año 1962, un
hecho que le anima a seguir escribiendo y le ayuda a tapar algunos agujeros,
para sumergirle de nuevo en la vida hermética de siempre.
Dos años más tarde escribe por encargo su segunda novela, Fiesta
para una mujer sola (1964), una obra insuficientemente conocida y valorada,
cuya modernidad sigue asombrando a día de hoy. En la novela, boicoteada en la Feria del Libro por la censura franquista, con la
connivencia de la crítica, aparece reflejada la contraposición entre aquella
rancia España de pandereta, nacionalcatólica y recatada, frente al Tánger
multirracial y multicolor, donde el hedonismo y
el amor libre eran moneda corriente. Como afirma su editora Sonia García
Soubriet, se trata de “una novela injustamente olvidada que nos descubre una
nueva faceta de un escritor y de un mundo que nadie mejor que él nos supo
contar”.
Para entonces ya había muerto su abuela y su enferma madre no tardaría
mucho en seguirle los pasos. En 1965, acogiéndose a las ayudas del
gobierno español, abandona definitivamente Tánger, que ya había dejado de ser
aquella ciudad de película. Deambula por distintos lugares de la Piel de Toro
-trabaja, por ejemplo, en el censo municipal del pueblo malagueño de Jubrique,
que recientemente le declaró hijo adoptivo-, hasta recalar en Madrid, donde le
esperan muchos de sus viejos amigos de juventud, como Pilar y Eduardo Haro
Tecglen, su fiel Antonio Sánchez o el imborrable Emilio Sanz de Soto.
Desarraigado y falto de iniciativa, su vida en la capital oscila
precaria de empleo en empleo, de pensión en pensión, de garito en garito... En
1976 escribe su tercera y última novela, La vida perra de Juanita Narboni,
que, pese a haber sido seleccionada para el Premio de la Crítica del año 1977,
pasa por los anaqueles de las librerías sin pena ni gloria, editada primero por
Planeta y reeditada por Seix Barral. Habría que esperar a 1990 para verla
recuperada por Virginia Trueba en su excelente edición crítica, publicada por
Cátedra.
Amanecer en la calle de Atocha (Madrid), donde murió el escritor
SE APAGA UNA LUZ
Ángel Vázquez
fue un escritor autodidacta y marginal. Novelista genuino y peculiar, a pesar
de lo exiguo de su obra, centrada en sus tres novelas ya aludidas, fue además
autor de nueve cuentos y una obra dramática inacabada, El verano de las
lechuzas (1962). Su novela breve El cuarto de los niños quedó finalista del
Premio Sésamo de Novela Corta, en el año 1956.
Los últimos años
los pasa Ángel en una casa de huéspedes madrileña, en el número 98 de la calle
de Atocha, a la que solía referirse como “la mansión de Drácula”. Alcohólico, desahuciado y vitalmente acabado,
sigue acudiendo a la escritura como último refugio, entre “infusiones de whisky
o de tintorro”, según estuviera el bolsillo. Un ataque de corazón acaba con su
vida, un 25 de febrero del año 1980. Horas antes, había quemado sus dos últimas
novelas, que no llegó a concluir.
Fotograma de la película La vida perra de Juanita Narboni, dirigida por Farida Benlyazid
EL LENGUAJE SINGULAR DE
JUANITA NARBONI
La vida perra de
Juanita Narboni es una novela
sorprendente, estructurada sobre un monólogo lleno de crispación y de
amargura, que gravita en tres pilares: el lenguaje tangerino, la vida en el
Tánger liberal premarroquí y el universo femenino de la protagonista. Así,
Vázquez Molina construye un testimonio impagable sobre el fin de una época: la
ineludible y progresiva marroquización de Tánger y la consiguiente diáspora de
las familias judías tangerinas, que junto a sus negocios, llevan consigo su
peculiar lenguaje, la yaquetía o haquetía,
ese extraño castellano con mezcla de hebreo y árabe. La novela constituye así, además, un documento filológico
excepcional y de impagable valor.
Juanita, al igual que el
mismo Vázquez Molina, se mueve dentro de un universo poliédrico, multifacético,
como una hidra emocional en la que todos y todas podemos vernos reflejados. La
Juanita quejumbrosa de su hermana (la moderna, la guarra). Juanita la
frustrada sexualmente, quejándose de su Adolfito, que la dejó plantada por Pepe
el Bombero. La procaz y deslenguada Juanita, la solterona, con sus manías y
continuas borracheras, la que aguanta impasible su fiel criada Hamruch. Juanita la
políglota, o mejor, la multilingüe, hablando su jerga personal mezcla de
andaluz, jaquetía, francés y llanito (ingles gibraltareño).
Las dos versiones
cinematográficas que ha tenido la novela, una española de Javier Aguirre, con
el título de Vida perra (1982) y la actuación de Esperanza Roy, y la más
reciente, hispano-marroquí, en 2005, de la directora Farida Benlyazid, han
contribuido, sin duda, a popularizarla cara al público, aunque ninguna de ellas llegue
a reflejar toda la enjundia que contiene la novela original.
UN ALMA KAFKIANA
Ángel Vázquez
podría haber sido un personaje de Kafka. Desarraigado del mundo exterior y de su
propio mundo, al que detestaba y temía, buscó su refugio en la bebida y las
drogas, que le hacían olvidar su constante sinvivir. En el año 1966 escribe a
su amigo Emilio Sanz de Soto, a quien abre su alma desgarrada: “Yo también soy un corrompido. Sin
fe en Dios, egoísta y sin ninguna confianza en mí mismo. Homosexual,
alcohólico, drogado, cleptómano...” Tan sólo en algunos momentos
gloriosos la literatura lograba sacar de él todo cuanto de bueno atesoraba su
interior, y lo hacía de una manera natural, casi sin proponérselo. Por eso fue
un escritor tan poco habitual, tan escaso, tan marginal, tan desconocido a fin
de cuentas...
En el prólogo de
su antología de cuentos, Ángel Vázquez expresa con humor cómo el destino le
había jugado una mala pasada desde el mismo momento en que sus ojos se abrieron
al mundo, condicionando de alguna manera su apego al alcohol. Su nacimiento
prematuro se produjo mientras que la madre de Ángel asistía a una fiesta. La anfitriona,
madame Brusson, la emborrachó con champán como anestesia improvisada en el
parto. Además, una negra de Larache tuvo que amamantarle durante las primeras
semanas, dado que la Sombrerera no podía
darle el pecho en condiciones.
Ángel era
homosexual y nunca lo ocultó. Pero tampoco le gustaba su manera de actuar. Tuvo
muchos encuentros efímeros, pero ningún amor correspondido. Atrapado en las
redes de la prostitución masculina, solía frecuentar los garitos sórdidos y
tabernas de mala muerte. Nunca hizo alarde de su inclinación, tal vez porque
detestaba la manera de ejercitarla. En una ocasión, envió a su amiga y
confidente Jane Bowles la única confesión escrita que tenemos de él sobre la
clase de hombres que le gustaban: "Odio
a los efebos de esta playa de Tánger, al que el rico turismo anglosajón ha
convertido en un prostíbulo dorado y al aire libre. Lo mío son los militares ya
maduros y sin graduación, los curas a la española, barrigudos y catetos, y los
que riegan las calles de noche encapuchados en sus uniformes amarillos".
HABITACIONES
PRIVADAS
Posiblemente
Ángel nunca llegó a creerse del todo sus posibilidades como escritor. Él mismo solía
decir con ironía que era incapaz de hacer literatura social por ser un hombre
pobre, ya que la sociología sólo le interesa a los burgueses. Fue su amiga Jane
Bowles, quien compartía con él sentimientos e inquietudes, la primera persona
que le convenció de su talento y le animó a tomarse en serio su oficio de
escritor. También creyeron en él otros amigos y colegas, como Carmen Laforet,
Eduardo Haro o Emilio Sanz de Soto.
Injustamente
olvidado, tras varias décadas, con este sencillo homenaje a su memoria queremos
poner nuestro peculiar grano de arena en esa playa de soledades por la que
tropezaron los pies descalzos de sus Juanita Narboni, Cristina y otros
personajes femeninos inventados por él. A través de todas ellas, Ángel plasmó
de una forma singular, valiente y controvertida sus inquietudes, frustraciones
y vivencias en un mundo a punto de extinguirse.
Sólo por eso
vale la pena recordar y leer a Ángel Vázquez Molina, el último maldito de las
letras hispánicas.
A Mariano, amante de hombres y tabernas,
con mi recuerdo y eterno cariño.
con mi recuerdo y eterno cariño.
LA OBRA DE ÁNGEL
VÁZQUEZ MOLINA
Novelas:
Se enciende y se apaga una
luz, Barcelona, Planeta,
1962.
Fiesta para una mujer
sola, Barcelona, Planeta,
1964. Reeditada por la editorial Rey Lear, con prólogo de Sonia García
Soubriet, 2009.
La vida perra de Juanita
Narboni, Barcelona, Planeta, 1976, Barcelona, Seix Barral,
1982, 1983, 1990, Barcelona, Cátedra, (edición de Virginia Trueba), 2000. Le
chienne de vie de Juanita Narboni, (traducción francesa, con prólogo de
Luis Goytisolo=, Lyon, Rouge Inside, 2009. Das Hundeleben der Juanita
Narboni (traducción alemana), Graz: Droschl, 2005.
Cuentos:
El cuarto de los niños y
otros cuentos, Valencia, 2008
(edición de Virginia Trueba).
Cine:
Vida perra, dirigida por Javier Aguirre, con Esperanza Roy,
1982.
La vida
perra de Juanita Narboni, dirigida
por Fardia Benlyazid, con Mariola Fuentes, 2005.
Internet:
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