Si los diseñadores inventan
los vestidos, la moda de hoy en día la crean los fotógrafos. Durante los
últimos 30 años dos genios de la instantánea cambiaron radicalmente
nuestra forma de vestir y hábitos
estéticos. Sus nombres: Helmut Newton y Bruce Weber. El primero plasmó a la
mujer de una manera tan sexual que algunos creyeron ver en ello atisbos de
pornografía. La influencia de Bruce Weber fue, en cambio, mucho más sutil y
duradera. Aquel hombre grueso y de barba blanca, aspecto bonachón y con pinta
de leñador, que siempre había mostrado un interés inmenso por la vida y la naturaleza, reflejó
toda esa vitalidad en sus fotografías de hombres luciendo palmito, captados por
la cámara en momentos casuales, relajados y aparentemente inadvertidos.
Posiblemente Bruce Weber no haya sido el único responsable
de esa nueva imagen de hombre insinuante, sexy y sin tapujos, que hoy se exhibe
más vigente que nunca en los spots publicitarios. Una imagen impensable con
anterioridad a los años 80. Sin embargo, hay que decir que Weber fue el primero
que tuvo la feliz idea de quitarle la ropa al hombre cara al gran público,
hacerlo atractivo y excitante, también para una parte cada vez más numerosa de
hombres, y exponerlo como objeto de deseo en los carteles y el cine, de la
misma manera que se había hecho antes con la mujer.
UN IDEAL ÉTICO
Este proyecto suyo no
sólo era estético, sino que iba acompañado de una ética nueva. Se trataba, en
suma, de lograr una peculiar revolución androcentrista en la que la moda guardaba
relación con quien la llevara puesta, mostrando cómo a un
determinado producto podía acceder cualquiera que pudiera pagarlo. La ropa
perdió protagonismo, así, en beneficio de la imagen de un superhombre, bello y utópico, que vive en un mundo idílico. Por eso, su nombre resulta
imprescindible cuando se habla de resaltar la erótica de la masculinidad y de
su normalización social.
Lógicamente, esto no se
hizo de la noche a la mañana. Y ese proyecto de Weber se vio a menudo
obstaculizado por censuras y prohibiciones de todo tipo. Se le tachó de machista, de xenófobo y de pornógrafo. Pero él siempre hizo
oídos sordos a quienes le atacaban desde posiciones claramente conservadoras y
mojigatas. Se refugió en su mundo de chicos hermosos, a quienes capturaba con
su cámara analógica, casi siempre en blanco y negro –rara vez lo hizo en color-, rodeado
de sus perros y de un selecto grupo de amigos. La publicidad le daba de comer,
pero él supo darle un giro de 180 grados al mundo del marketing, sirviéndose del
reclamo de la ropa íntima para crear un arte al alcance del hombre.
Bruce Weber había nacido en
Greensburg, Pennsylvania, el 29 de
marzo de 1946. Poco se sabe de sus años de infancia y juventud, salvo lo que
dejan entrever algunos de sus cortos biográficos. Fue a finales de los años 70 cuando
aparece por vez primera un reportaje de moda firmado por él en la revista
masculina GQ, donde había realizado fotos de portada. Nan Bush, su marido y agente, le aseguraba un contrato con el catálogo Blommingdales
de los FDS, los grandes almacenes federales del estado.
Su primer gran éxito fue,
al mismo tiempo, su primer gran escándalo. Se produjo a finales de los años 80 con una fragancia de la firma Calvin Klein. La imagen de un hombre y una mujer de pie sobre un
columpio, enfrentados desnudos, al tiempo que escandalizaba a unos, era el
detonante de una nueva manera de hacer publicidad, en la que el varón pasaba a
ser un elemento tan activo como la mujer. El erotismo masculino se decantó,
poco después, con sus fotos de atletas en inmaculada ropa interior apoyados
sobre muros blancos, que rompían con la tónica habitual de la publicidad del
momento, en la que un hombre no siempre atractivo sólo servía de mero soporte
del slip o la camiseta de turno, como si se tratara de un simple maniquí.
ICONOS DE LA MODA
Era la primera vez que un modelo representaba un papel activo cara al comprador de un producto de
lencería masculina, algo que invertía los roles tradicionales. Pero, por si esto
no fuera bastante, Weber dotó a sus spots
y anuncios de un guión hasta entonces inexistente. Sus fotografías plasmaron
escenas puntuales, fragmentos de un relato más amplio, desarrollado con acierto
singular en sus vídeos comerciales. La polémica, y también el camino hacia la
normalización, estaban servidos. Después de Weber ya nada volvería a ser como
antes en el mundo de la imagen y de la moda masculina.
Tras el primer escándalo llegaron otros, como el protagonizado por la de la pareja
de hombres vestidos juntos en una cama, en un claro guiño homoerótico. Pero fue
Marcus Schenkenberg el primer modelo
masculino al que osó fotografiar como Dios le trajo al mundo, desafiando las
normas convencionales de la publicidad de la época. Weber capturó con su cámara
a un joven desnudo sujetando unos jeans
de Versace, totalmente empapado bajo
la ducha. Una imagen que llegó a ser tan icónica como la del atleta olímpico Tom Hintnaus en insinuantes slips de
color blanco, para otra campaña de Calvin Klein.
UN TODO TERRENO
Al ensayo con Calvin Klein
y Versace le siguieron trabajos varios para Abercrombie & Fitch
o Ralph Lauren. Sus fotos fueron
publicadas en las mejores revistas del mundo de la moda, como Vogue, GQ, Vanity Fair, Elle, Life o Interview. Pero,
además, Weber protagonizó incursiones memorables en el mundo de la imagen y el vídeo musicales, así como en el cine de cortometraje. Probablemente el
detonante de su pasión por la música, allá por los 80, fue el
reportaje que le hizo al cantante Chris Isaak, cuyos posados desnudos quedaron inmortalizados en la revista Rolling
Stone (1988). Este mismo
cantante, a quien Weber dirigió en el vídeo musical de su Blue Spanish Sky (1991), aparece
en uno de los mejores cortos de Bruce (Let’s
Get Lost, 1988), dedicado al músico Chet
Baker.
Weber hizo, igualmente,
algunos experimentos en el mundo de la moda como diseñador. Creó, por ejemplo,
la marca Weberbitt en 2003. Su primera línea, cuyo lema era “come, ama y
duerme”, salió a la venta en 2004 y se llegó a vender en boutiques de Londres y
Miami Beach, Florida.
DIVINO ABURRIMIENTO
Uno de los momentos más
interesantes para la creatividad artística de Bruce Weber fue, sin duda, la
realización del videoclip Being Boring perteneciente al álbum Behaviour del grupo Pet Shop Boys, en el año 1990. Bruce había ideado recrear en él una fiesta privada
un tanto pasada de tono y descontrol. Desde su comienzo, ya se mostraba el
trasero de un hombre desnudo, lo que, unido a las chicas que también salían en
cueros, provocó que se prohibiera en los canales de la MTV. Fue rodado en un solo día en una casa de Long
Island con dos equipos de filmación y en blanco y negro. El mismo grupo quiso
contar de nuevo con Weber para trabajar en 1996 con el tema Sé a
vida é, del álbum Bilingual,
rodado en un parque acuático de Florida, y en 2002 hizo lo propio con el clip
de la canción I Get Along del álbum Release.
Además de clips
musicales, Bruce dirigió un buen número de películas de desigual resultado,
pero todas de un gran interés, ya que reflejan muchas de sus obsesiones y sus
mitos. En su primer ensayo cinematográfico (The Beauty Brothers, 1987)
a lo largo de sólo 13 minutos consigue crear cinco piezas centradas en los
hermanos del actor Matt Dillon, que representan los sueños perdidos de la
juventud. Pero es en su primer largometraje Broken
Noses (1988) donde poetiza con la imagen del macho tradicional, a
través de un boxeador profesional de peso ligero, Andy Minsker, y su pequeño
club de Portland, Oregón, donde entrenaba a niños de familias con problemas.
Poco después
se estrena su segundo largo, Let’s Get Lost, (1989), un film de gran
hondura y patetismo que permite a Weber reconstruir el crepúsculo biográfico del
trompetista de jazz Chet Baker y su
pasión por los coches y las mujeres. Por su parte, en Chop Suey (2000), Weber habla de las
cosas que más le gustaban en el mundo, a través de la biografía de un tal Peter
Johnson, un individuo en tránsito de la juventud hacia la madurez que refleja
la propia vida del artista. Con ella se cierra la trilogía de tema íntimo
iniciada con los cortos Backyard Movie (1991), con retazos
de la vida de Weber, y Gentle Giants (1994), un
imprescindible dentro de la filmografía de Weber, ya que nos permite
profundizar en sus impresiones estéticas y visuales.
Otras creaciones suyas en celuluoide fueron el clip The Teddy Boys of the Edwardian Drape Society (1996), sobre el mundo de la cultura musical rockabilly londinense, y los cortos Wine and Cupcakes (2007), homenaje musical a la ciudad de Nueva York, The Boy Artist (2008), donde se recrea el papel del hombre en su conexión con la naturaleza que le rodea, y Liberty City is like Paris to me (2009), un alegato social sobre la comunidad negra de Liberty City, en Miami. Un caso aparte es A Letter to True (2003), donde a través del efecto incondicional que encuentra en “True”, uno de sus Golden-retriever, construye una hermosa metáfora sobre la esperanza en el mundo.
Otras creaciones suyas en celuluoide fueron el clip The Teddy Boys of the Edwardian Drape Society (1996), sobre el mundo de la cultura musical rockabilly londinense, y los cortos Wine and Cupcakes (2007), homenaje musical a la ciudad de Nueva York, The Boy Artist (2008), donde se recrea el papel del hombre en su conexión con la naturaleza que le rodea, y Liberty City is like Paris to me (2009), un alegato social sobre la comunidad negra de Liberty City, en Miami. Un caso aparte es A Letter to True (2003), donde a través del efecto incondicional que encuentra en “True”, uno de sus Golden-retriever, construye una hermosa metáfora sobre la esperanza en el mundo.
SUS HOMBRES-FETICHE
Su obsesión por trabajar
con Chris Isaak o Chett Baker no era gratuita. A Bruce Weber le gustaban los
hombres blancos guapos, caucasianos, de cuerpos fibrados y depilados, rostros
angulosos, próximos al ideal grecolatino, que supo reflejar con tanto acierto,
actualizar y trasladar a los gustos imperantes en las últimas décadas del siglo
XX. Otros casos en los que Weber efectuó un sugerente maridaje entre la música
y los hombres fueron la portada del álbum Blue
Light, Red Light (1991) del guapo Harry
Connick Jr., o la del disco I’m Alive
(1993) del cantautor Jackson Browne.
Bruece Weber retrató a
muchos famosos, hombre y mujeres, especialmente para la revista Interview,
fundada por Andy Warhol. Pero está claro que lo que más
le ha gustado siempre es inmortalizar a sus hombres favoritos. Pocos se
resistieron a su cámara, incluido el culturista y actor Arnold Schwarzeneger. Aparte
de Markus Schenkenberg, hay que destacar su obsesión por otros guapos modelos,
como, Matt Aymar o Eric Nies. Deportistas como Tom
Hintnaus o los integrantes del equipo olímpico americano, fotografiado en la
revista Interview en 1981, también quedaron
espléndidos frente a su cámara. Incluso llegó a interesarse por hombres más
próximos a nosotros, como el matador español José María Manzanares, a quien retrató en toda su salsa taurina, o,
más recientemente, el futbolista Cristiano
Ronaldo para Armani.
Matt Aymar
UN NUEVO ADÁN
Weber reinventó esa clase de ideal masculino
grecorromano, que vive en una Arcadia feliz, rodeado de una naturaleza idílica
y en compañía de ejemplares Golden-Retriever, su raza de perros favorita. Un
hombre ambiguamente heterosexual que convive con otros hombres e incluso
mantiene contactos cuerpo a cuerpo con los de su mismo sexo. Muchos críticos le
han acusado de favorecer una imagen poco comprometida del hombre gay, máxime en
momentos en los que el sida hacía estragos entre las filas del colectivo LGTB. Sin
embargo, son legión los homosexuales varones que han visto en su ideal de belleza
todo un objeto de culto.
Tampoco hay que olvidar que la obra de Weber sólo
puede ser contemplada a la luz de la imagen publicitaria y la moda, que fueron
su modus vivendi. Negarle toda la
inmensa aportación que el artista ha realizado para la recuperación de la masculinidad
es no hacerle justicia. Entre sus detractores, también se le ha acusado de
seguir los modelos fascistas de Leni
Riefenstahl, en los años 30, inspirados en el ideal clásico griego, cuando
en realidad lo único que hizo fue recuperar la visión homocéntrica de Wilhelm von Gloeden.
Está claro que en sus fotografías Weber apostó por un homoerotismo nada disimulado. Por otro lado, él mismo nunca ha negado su homosexualidad, aunque supo preservar su vida privada con absoluta discreción, ligada a su marido y colaborador ocasional, Nan Bush, sus perros y sus pocos amigos. Resulta difícil pensar que un heterosexual hubiera sido capaz de ver mas allá en el cuerpo de un hombre, como él hizo. Por fortuna, ahí estaba Bruce Weber, el artista perfecto en el momento preciso. Y se obró el milagro. Por eso, aunque hoy son legión los fotógrafos de moda que han seguido sus pasos, no resulta exagerado afirmar que hay un antes y un después de Bruce Weber.
Nadie hasta entonces hizo
lo que él hizo. Prueba de ello es su extensísima obra dispersa en decenas de
catálogos y libros, accesible en parte a través de su página web personal. Allí
queda constancia del significado que tiene el nombre de Bruce Weber. Todo un pionero
en el arte de la imagen y la moda eternamente masculina que aún sigue marcando
tendencias. Un veterano maestro que, con su vieja cámara analógica en mano, sus
perros y sus obsesiones de siempre, hoy se nos muestra más vivo que nunca.
Dedicado a mi queridísimo Javi García,
amante de la moda y de los perros.
amante de la moda y de los perros.
Chop Suey (2000). Trailer oficial
Young Light, para A&F (2011)
Other sports require one ball. Wrestling requires two (2012)
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