Aurelio Monge - Othryades expirante
Cuando la guerra y el deseo van de la
mano, la cama se convierte a veces en un improvisado campo de batalla más rudo
y varonil de lo acostumbrado. Es lo que siempre
ha sucedido, y también a veces sucedía en la
Antigua Grecia, sobre todo en Atenas.
Allí la pederastia masculina, considerada una institución de corte
aristocrático, se ejercía entre un adulto, que hacía las veces de maestro y
amante (erastés), y su joven pupilo o
amado (erómenos), abarcando la
instrucción en todos los campos de la vida, no necesariamente el sexual, aunque
tampoco éste quedaba excluido. Esta clase de pederastia, que no hay que
confundir con la pedofilia, también podía tener lugar en el ámbito castrense.
Y es que, por mucho que aún se empeñen
algunos, la masculinidad, la fuerza y el arrojo son virtudes que no pertenecen
en exclusiva al mundo de la heterosexualidad; también son patrimonio de
aquellos hombres que gustan de los de su mismo sexo. Fueron frecuentes los
casos de generales y estrategas helenos que, al regreso del campo de batalla,
acudían al lecho de sus amantes varones, aunque guardando el necesario recato,
claro está. Las crónicas de la época revelan cómo aquellos militares y
monarcas hacían la guerra y también el amor. Un 'amor griego', en muchos de los
casos.
EN EL AMOR Y EN LA GUERRA
Aunque los pequeños estados en que se
dividía la Grecia antigua compartían cultura, lengua y religión, nunca llegaron
a constituir una unidad política, al menos hasta la llegada de Alejandro Magno. Las polis, ciudades independientes, se
hallaban en estado casi permanente de guerra entre sí, cuando no se aliaban
contra sus vecinos extranjeros, principalmente Persia. Carentes de un ejército
regular, eran los ciudadanos los encargados de defenderlas como hoplitas o soldados de infantería. A veces, la diferencia de edad entre
padres e hijos hacía necesario que el adiestramiento de jóvenes entre los 13 y
20 años lo realizara alguien no demasiado mayor, que actuaba como instructor o erastés, si bien el ingreso en el
ejército a los menores de 16 años estaba restringido. Este fue uno de los
motivos que impulsó la creación de la pederastia masculina (eispnelas), que también fue una buena
forma de controlar la natalidad, fomentar la educación y prevenir la
delincuencia.
Dejando a un lado los amoríos entre
héroes mitológicos, como Hércules y Yolao, o Aquiles y su adorado Patroclo,
las primeras noticias sobre prácticas homosexuales masculinas en la Grecia
clásica se remonta al periodo presocrático, hacia finales del siglo VII antes
de Cristo, con incidencia en las ciudades de origen dorio. El tirano Pisístrato, que se apropió de Atenas
por la fuerza, tenía por amante a Solón,
uno de los siete sabios atenienses que gobernaban la ciudad. Plutarco, en sus Vidas paralelas, afirma
que esta práctica llegó a ser común entre los pueblos más belicosos, como los
beocios, los espartanos y los cretenses. Así lo hicieron los más grandes héroes
de la Antigüedad, como el mítico Meleagro,
Aristómedes, príncipe de Mesenia y
Arcadia, o Cimón, líder de la liga
de Delos, durante la guerra contra los persas.
DOS MÁRTIRES EN ATENAS
Harmodio y Aristogitón,
más conocidos como los
Tiranicidas, son considerados, tal vez exageradamente, mártires de la
democracia ateniense. Aunque procedían de estratos sociales diferentes, ambos
eran amantes. La muerte de ambos en lucha contra Hipias
e Hiparco, hijos del tirano Pisístrato, se ha utilizado para demostrar la efectividad de los lazos
afectivos masculinos en la destrucción de la tiranía en Atenas. La historia
mezcla ingredientes propios de una novela heroica, como la diferencia de clase
social, el amor que se profesaban y el valor que juntos multiplicaban para
luchar por el retorno de la democracia a Atenas.
Aristogitón era de clase media.
Pertenecía a la demos ateniense,
mientras que su joven amigo, Harmodio, formaba parte de la aristocracia. El
desencadenante de los acontecimientos que culminaron con la muerte de los dos
amantes tuvo una motivación personal. El tirano Hiparco se había
encaprichado del joven Harmodio, quien le rechazaba por Aristogitón. Para
herirle, Hiparco vetó a la hermana de Harmodio como canéfora en la parada militar de las Panateneas, cosa que
sentó fatal al muchacho, quien profundamente ofendido, decidió acudir del brazo
de su querido Aristogitón a pedirle explicaciones en palacio. Tras una reyerta,
en la que muere Hiparco, la pareja es capturada y ajusticiada. Pero aquel crimen
no quedaría impune, ya que Hipias fue pronto derrocado y la tiranía dejaría paso a
la democracia en el año 514 a.C.
Parece chocante que un motivo tan nimio
en apariencia concluyera en todo un cambio político; que una riña familiar
culminara en el derrocamiento de una tiranía. Pero así se escribe la historia
con frecuencia. Y lo cierto es que Aristogitón y Harmodio fueron considerados
mártires de la libertad a partir de ese momento, alcanzando un lugar eterno en
las Islas de los Bienaventurados, al lado de
Aquiles. La demos ateniense
erigió en honor de los dos amantes sendas estatuas en el Ágora de la ciudad,
que fueron destruidas por el persa Jerjes
en el año 480 a.C. y luego restauradas nada menos que por Alejandro Magno. "Nuestros propios tiranos -afirmaba
Platón- han aprendido la amarga lección
cuando el amor entre Aristogitón y Harmodio creció tan fuerte que derrocó su
poder."
UNA COSTUMBRE EXTENDIDA
Tiempo después, otros dos atenienses, Arístides y Temístocles, que participaron victoriosos en la batalla de Maratón
contra el persa Darío, se disputarían el amor de un hermoso joven llamado Estesilao de Ceos. Y así siguió toda
una saga de nombres de personajes ilustres y
militares atenienses que frecuentaban la compañía de jóvenes muchachos, con
quienes compartían largas y fructíferas veladas, que solían terminar en la
intimidad de los aposentos privados.
En un momento posterior, esta clase de
amor ateniense tan peculiar fue imitado y exportado a otros estados vecinos,
como ocurrió con las polis de Esparta, Tebas y el reino de Macedonia,
que solían forjar a sus hijos en el duro acero del ascetismo y el campo de
entrenamiento militar, lejos de sus familias y ajenos a toda clase de lujos y
comodidades. No hay nada extraño en el hecho de que los jóvenes espartanos,
tebanos y macedonios practicaran esta clase de pseudo-homosexualidad. Bien al
contrario, hay que pensar que el devenir de la vida castrense, y el
apartamiento de las mujeres que ello conllevaba, alimentaba un relajamiento de
las costumbres entre los varones.
Reconstrucción de una falange griega
ARDOR ESPARTANO
Esparta era tierra domadora de hombres, como
potros sometidos a las más estrictas normas de autoridad, de cuyo rigor sólo se
salvaban aquellos jóvenes destinados a ocupar el trono. El historiador Jenofonte afirmaba que los espartanos aborrecían el uso de las
relaciones como la base para la ordenar la unidad militar, porque creían que
era conceder demasiado peso a la sexualidad y el afecto antes que al talento.
El legislador Licurgo criticaba esta
forma de actuar basada, según él, en la lujuria y no en la atracción de las
almas. Sin embargo, con el tiempo,
los espartanos adoptaron estos hábitos, tras comprobar algunos éxitos bélicos
de formaciones que contaban con estructuras basadas en lazos afectivos entre
los soldados.
Hijo del rey Aquidamo y de Eupolia, el
joven Agesilao estaba destinado a
ser un buen militar asistiendo a su hermano mayor, Agis, que era el heredero al trono de Esparta. Esto hizo que
Agesilao quedara sujeto a una educación dura y espartana -nunca mejor dicho-,
que le instruyó en las artes de la guerra y de la paz en condiciones límites.
Mas fue precisamente su dura formación castrense, unida a una excelente
educación civil, lo que le empujó a colmar sus ambiciones políticas con una
idea que le rondaba la cabeza: arrebatarle el trono a su sobrino Leotíquidas, hijo de Agis, de quien
sospechaba que en realidad era hijo de Alcibíades, lo que le deslegitimaba para
ocupar el trono de Esparta.
LAS DOS CARAS DE AGESILAO
Agesilao, siguiendo las costumbres de la
pederastia imperante en la vecina Atenas, tomó como erastés a su compatriota Lisandro,
al menos mientras le sirvió de apoyo para hacerse con el trono de Esparta, cosa
que consiguió con relativa facilidad, reinando a continuación de su hermano
Agis, entre los años 400-358 a.C. Tras la muerte de Lisandro, Agesilao, ya rey
en edad madura, acabó enamorándose del joven Megabates, hijo del persa Espitrídates, aunque cara a la galería
dio la impresión de haber luchado desaforadamente por no caer en la tentación
de aquellos hermosos brazos enemigos.
Su contemporáneo Jenofonte le dedicó una
obra entera que lleva su nombre, Agesilao.
En ella resalta sus cualidades de estratega, su arrojo en el combate
-sonada fue la victoria de Coroneia (394 a.C.)-, sus dotes como monarca y un
carácter valeroso. El historiador relata cómo Agesilao se resistió a ser besado
en público en señal de sumisión por aquel principito que le robaba el corazón.
Lo que aconteciera en privado entre ambos sólo los dioses del Olimpo lo
conocen.
Paul Freeman - Heorics
Muchos pensadores griegos entendían que
un ejército constituido por parejas de amantes masculinos enardecía el vigor y
el valor en el combate de los guerreros, tal como sucedió con el mítico Batallón Sagrado de Tebas. Así se
expresan historiadores como Plutarco o filósofos como Sócrates, Aristóteles o
Platón, quienes destacan el poder de las relaciones sexuales entre militares y
su efectividad para la guerra. Platón, en su Fedro, expresa en boca
del personaje cómo "preferiría morir
muchas veces, antes que abandonar al que ama en un problema, o no socorrerle en
un peligro. Ningún hombre es tan cobarde que la influencia del amor no pueda
infundirle el valor que le iguale al nacido más valiente."
Pero no todo fueron alabanzas a este tipo
de prácticas. Así, el cronista Jenofonte, aunque no las censura,
critica a aquellos ejércitos que hacen de ellas la principal base de su
formación: "Duermen con los que
aman, incluso los ponen junto a ellos en la batalla... en ellos (los elios y tebanos)
es una costumbre, en nosotros una desgracia... colocar a tu amado junto a ti
parece un signo de desconfianza... como los espartanos... hay que hacer de
nuestros amados tal modelo de perfección que incluso si los colocamos frente a
los extranjeros los prefieran antes que a los suyos y se avergüencen por
abandonar su compañía".
UN ABRAZO MEMORABLE
Y es que, al parecer, no siempre fue la
pederastia castrense una costumbre habitual en la antigua Grecia. Según recoge
Homero, en un primer momento los griegos utilizaron el sistema tribal para
establecer las columnas militares, tal como había determinado Néstor, el mítico argonauta. Sin
embargo este planteamiento fue duramente criticado por algunos estrategas
posteriores, como el tebano Pamenes,
quien -según afirma Plutarco- pensaba que "para un hombre de la misma
tribu poco valor tiene el otro cuando el peligro presiona, pero un grupo
cimentado sobre los lazos la amistad y el amor nunca se romperá."
Así pues, el sistema de emparejamiento
sentimental propugnado por Pamenes fue paulatinamente implantándose en todas
las polis, incluso en aquéllas que se
habían mostrado más reticentes a aceptarlo. Tal fue el caso de Calcis, que en
la batalla final de la guerra contra Eretria, contando con un ejército inferior,
se alzó con la victoria gracias al abrazo dado por un erómenos a su amado erastés.
Tal fue el ardor infundido por aquel muchacho que el guerrero aniquiló casi en
solitario al ejército eretrieo, aun a costa de su propia vida. Algunos apuntan
que el héroe fue Cleómaco de Farsalo,
cuya tumba era venerada en el ágora de Calcis. Otros, como el filósofo
Aristóteles, creen que, aunque Cleómaco murió en el combate, fue otra pareja de
amantes la que protagonizó aquel memorable abrazo. Dionisio, en sus Orígenes, afirma que el erastés se llamaba Anto y el su joven amante, Filisto.
EL BATALLÓN DEL AMOR
A comienzos del siglo IV a.C., Esparta
era la polis más poderosa de Grecia,
pero llegado el año 378, Tebas,
ciudad de la Beocia, se alió con Atenas para limitar el poder espartano y tres
años después la alianza tebano-ateniense consiguió una sonada victoria sobre
Esparta. Las fuerzas contendientes estaban bastante igualadas. Pero en el año
371, un hombre excepcional, Epaminondas,
fue nombrado jerarca de Tebas y de toda la Beocia. Ello habrá de suponer un
cambio radical en el equilibrio estratégico de la región, que, como veremos
acto seguido, se inclinó favorablemente hacia el lado de los tebanos, quienes
pronto verían convertida su capital en la ciudad más poderosa de toda Grecia,
sobre todo tras el triunfo en las batallas de Leuctra y Mantinea.
Parte importante de este auge de los
tebanos se debió a los éxitos militares cosechados. Epaminondas, con la ayuda de su colega Pelópidas y del comandante Górgidas,
tuvo la ocurrencia de crear un cuerpo de élite muy particular, conocido por el Batallón Sagrado de Tebas, formado por
300 hombres elegidos de entre los más arrojados de la tropa tebana, a los que
se sometía a durísimos entrenamientos militares. La particularidad de este
ejército radicaba en su peculiar composición, ya que en realidad lo integraban
150 parejas de amantes, formadas por un veterano (heniochos) y su compañero más joven (parabatai).
LA FUERZA DEL CARIÑO
Durante 33 años el Batallón Sagrado de Tebas, demostró en el combate un valor superior a otras unidades en las que las relaciones sentimentales de los hoplitas no estaba tan estructurada. También hicieron las veces de guardia personal del beotarca Epaminondas, quien a su vez instruía a sus huestes con el ejemplo de su propia vida personal. Nunca se casó con mujer alguna y amantes suyos fueron, que se sepa, los guerreros Micitos y Asópico. Pero por encima de otros hombres amó tan intensamente a Capisdoros que Epaminondas quiso ser enterrado junto a él, como esposos, tras morir ambos en la batalla de Mantinea.
¿Cuál fue el secreto de esta fuerza excepcional? Plutarco lo
define así: "Para hombres de la
misma tribu o familia hay poco valor de uno por otro cuando el peligro
presiona. Pero un batallón cimentado por la amistad basada en el amor nunca se
romperá y es invencible, ya que los amantes, avergonzados de no ser dignos ante
la vista de sus amados y los amados ante la vista de sus amantes, deseosos se
arrojan al peligro para el alivio de unos y otros".
DE QUERONEA AL OLIMPO
La supremacía del Batallón Sagrado fue
efímera y su final trágico. A la muerte de Epaminondas le sucedió como líder su
colaborador el general Pamenes. Pero
la vecina Macedonia se encontraba ya lista con un poderoso ejército, que ponía
en jaque al resto de las polis
griegas, con Tebas a la cabeza. En el año 338 a.C. Filipo II, rey de
Macedonia, sitiaba la ciudad beocia de Queronea,
defendida principalmente por destacamentos de Tebas y Atenas. Ante la
superioridad abrumadora de la infantería Macedonia, todos los soldados helenos
se dispersaban o batían en retirada. Todos, menos el Batallón Sagrado de Tebas
y sus 300 guerreros enamorados, que resistieron hasta el final y hallaron allí
la puerta abierta hasta el Olimpo de los héroes.
La valentía de aquel batallón hizo que
Filipo II honrara a sus contendientes caídos levantando un monumento a su
memoria en Queronea. Hay que tener en cuenta que el monarca macedonio estuvo
preso como rehén en Tebas entre los años 368 y 365 a.C., siendo un adolescente,
y que allí había recibido educación castrense y diplomática de manos del
mismísimo Epaminondas, pasando esos tres años junto a Pamenes, por lo que las
actividades del Batallón Sagrado no le eran en absoluto desconocidas. En
efecto, cerca del monumento a aquellos valientes tebanos, hallado en una
excavación arqueológica del año 1924, se encontró una descomunal tumba con 254
cuerpos dispuestos en siete filas paralelas, lo que hace pensar que no todos
perecieron en combate. Aquellos que se amaron y lucharon juntos, también
murieron y descansaron juntos.
Plutarco narra así los acontecimientos: "Victorioso Filipo, posó su mirada en
los cadáveres y preguntó: ¿quiénes son éstos casi trescientos muertos abrazados
entre sí hundidos y acoplados en muerte y en amor? Le respondieron: son los de
Tebas, el Batallón Sagrado de Pelópidas, de amantes y de amados; los viriles de
Tebas de la estirpe de Layo. Filipo respondió: Perezca miserablemente quien
piense que estos hombres hicieron o sufrieron algo inapropiado".
Me encanta! :D
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