Los muros sacrosantos de iglesias y conventos son
lugares propicios para furtivos encuentros clandestinos. Las encendidas cartas
que el sacristán de la catedral de Silves Francisco Correa Netto dirigió a su
amado Manuel Viegas constituyen el más antiguo ejemplo epistolar amoroso entre
dos hombres escrito en una lengua moderna. Pero no es el único que se conserva proveniente de tierras lusitanas. En las postrimerías del mismo siglo XVII sabemos de otro
caso similar. En la ciudad de Lisboa el fraile jerónimo Francisco de la Isla de Madeira confesaba por escrito su pasión a un compañero de claustro mayor que él. Ambos
casos revisten un interés excepcional para conocer mejor la historia de la
homosexualidad en Portugal y, por ende, en el mundo occidental en su conjunto.
CORAZONCITO LINDO
“Mi corazoncito lindo, mi
vida, mi alma y mi todo... Más amor tengo hoy por ti que por un Dios que me
echó a este mundo, y más que por una madre que me crió, pues viviendo lejos de
ella ya hace seis años, más aceptaría estar contigo un instante que con ella
muchos siglos”. Lisonjas como éstas regalaba fray Francisco de la Isla de Madeira a su
compañero de convento fray Matías de Mattos en la Lisboa de finales del XVII.
Requiebros apasionados que llenaban las cartas furtivas que, como también ocurrió
en el caso del sacristán de Silves, han llegado hasta nosotros gracias a una
traición. Estas cartas se utilizaron como pruebas que los receptores de las
mismas usaron para denunciar ante el Santo Oficio a sus autores, quienes habían
sido hasta entonces sus amantes clandestinos.
Años más tarde de sacar a la luz las misivas del
sacristán de Silves Francisco Correa, el investigador luso Luiz Mott, en sus
continuas pesquisas para ahondar en el conocimiento histórico de la Inquisición en tierras
portuguesas, descubría en los archivos del Santo Oficio custodiados en la Torre do Tombo de Lisboa
otras seis cartas -más largas, entrañables y apasionadas-, que el tal fraile
había escrito a su compañero de orden, en las que le profesaba un encendido
amor. Las cartas, redactadas en 1690, fueron transcritas y dadas a conocer a
los investigadores y curiosos en el año 2001, cuatro siglos después de haber sido
escritas.
TRAICIÓN O CONFESIÓN
El 13 de septiembre del año 1690 fray Matías de
Mattos, religioso de la Orden
de San Jerónimo, de 40 años, sacerdote en el Convento de Belem de Lisboa pedía audiencia
al Santo Oficio para descargar su conciencia. En el auto confesaba cómo a
principios de Cuaresma de ese mismo año, con ocasión del capítulo que tuvo
lugar en su monasterio, conoció a un joven corista que vivía en el mismo
convento, de nombre fray Francisco de la Isla de Madeira. Deseando aquel novicio contar
con su ayuda a fin de estudiar en el Colegio,
le escribió algunas cartas "llenas de palabras amorosas",
cartas que ahora, al delatarse, entregaba a la autoridad inquisitorial.
A su confesión añadía que respondió a alguna de
esas cartas con otras que, por desgracia, fueron destruidas por el corista a
petición suya. Y que tiempo después el
joven empezó a visitarle de noche en su celda cuando el fraile ya estaba
acostado "cometiendo uno tras otro
muchos y repetidos actos consumados de molicie, desnudos, ora en la cama, ora
fuera de ella, en su celda y en la de Fray Francisco, y por lugares ocultos del
convento, durante un año. Y con esta confianza y comunicación, facilitada por
las cartas de amor, iba a la celda del declarante como acostumbraba, y
echándose en la cama, se quedaba desnudo con él, que también estaba desnudo, y
después de varias palabras amorosas que entre sí tuvieron y otros arrumacos,
incentivos de la lujuria, se puso el dicho corista encima de él y lo penetró, y
sintiendo él que lo penetraba, apartando su cuerpo para que dentro no derramase
simiente, como efectivamente no derramó, porque el dicho corista sacó de dentro
después de alguna dilación y de hacer lo que pudiera, se fuera con una
mujer. Esto, porque así él, declarante,
como dicho corista, entendían que la fealdad y la pena de este pecado sólo
consistía en derramar dentro la dicha simiente y no fuera, como el dicho
corista hizo en aquella ocasión. Y que para la misma ocasión fue el declarante
agente, y para esto también se puso el dicho corista de bruces en la cama y el
declarante se puso encima, metiendo su miembro viril en el vaso trasero de dicho
corista, lo penetró y después de alguna fricción lo contuvo dentro para no
derramar la dicha simiente..."
Continúa Fray Matías de Mattos su confesión añadiendo
que tales encuentros se produjeron repetidas veces de esta misma manera,
eligiendo el pecado de molicie antes que el pecado nefando de la sodomía
consumada. Y concluye declarando haber confesado a la Mesa Inquisitorial
antes que el corista, no con la intención de perjudicarle, sino para evitar la
infamia de ser acusado primero.
EL JOVEN CORISTA
Poco sabemos sobre el joven autor de estas cartas.
Fray Francisco era natural de la
Isla de Madeira, según se desprende de su nombre religioso.
Era joven, homosexual, fraile y corista. Dejó a su madre seis años atrás y un
tío suyo era religioso en la Iglesia de San Roque, en el Bairro Alto lisboeta.
Eso es todo.
Analizando su caligrafía y estilo epistolar se
deduce que tenía una buena formación, lo que le hacía apto para ingresar en el
Colegio superior. La dificultad en la lectura de algunos párrafos y los
deslices cometidos a veces se deben, sin duda, a las condiciones ambientales
que rodearon la escritura de estas misivas, con poca luz y a escondidas.
EL FRAILE ENGAÑADOR
Mucha mayor información existe, en cambio, acerca
del destinatario de estas cartas. Fray Matías de Mattos, también llamado Fray
Matías de la Trinidad,
era natural de Lisboa, donde fue educado por sus padres, Matías y Natalia de
Jesús, en el camino de la virtud. Siendo uno de los primeros niños congregados
en el Oratorio de San Felipe Neri, gracias al venerable Padre Bartolomé de
Quental, pasó a estudiar religión en San Jerónimo y profesó en el Real Convento
de Nuestra Señora de Belem el 25 de diciembre del 1679. De allí salió para ser
Prior del Monasterio da Penha y Visitador General de la Congregación.
Dado que Fray Matías tenia 40 años cuando en 1690
realiza su confesión, hay que deducir que había nacido en 1650. Durante toda su
existencia es muy probable que este fraile llevara una doble vida en la que
episodios similares a los que tuvo con el joven corista serían habituales,
hasta su fallecimiento a los 66 años, en 1716. Todo apunta a que la confesión
ante el Santo Oficio era la manera inteligente de exculparle del 'pecado
nefando', un subterfugio del fraile, buen conocedor de aquel absurdo e injusto
código penal, que separaba el pecado de sodomía perfecta -esto es eyaculando
dentro del vaso anal- del de la sodomía
imperfecta o la molicie, evitando así el tremendo castigo que acarreaba el
primero de ellos.
CARTAS IBAN Y VENÍAN
En las cartas llama la atención el uso de dichos
populares y referencias inspiradas en las Sagradas Escrituras, ya sea
directamente de los autores sagrados o usando símiles poéticos y en prosa
extraídos de los místicos carmelitas, como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila, incluso de Ramón Llull y su Libro del amigo y
el amado. También se observa el uso constante de diminutivos asociados a
sentimientos de ternura o pasión, habituales en el portugués de la época y aún
hoy frecuentes en el lenguaje amoroso luso-brasileño.
Las cartas de fray Francisco a fray Matías hablan
por sí mismas. Constituyen un claro ejemplo de amor entre dos hombres y
contradicen la creencia popular de que las relaciones homoeróticas entre
varones se reducían por entonces al mero acto de la cópula anal. En las líneas
que contienen las seis misivas hay mucha ternura, afecto, pasión, a veces no
correspondida, celos y complicidad. Son auténticos devaneos amorosos entre dos
personas, con independencia de su sexo.
A MODO DE CODA
No sabemos al detalle cuál fue el desenlace que siguió a la confesión de fray Matías entregando a la Inquisición las cartas
de su amante fray Francisco. Probablemente, al primero se le amonestaría y
sufriría escarnio frente a la curia, degradándole de su cargo, mientras que al pobre corista tal vez le
esperaba un castigo mayor, aunque no la muerte, ya que su delator le exculpaba
del pecado de sodomía perfecto, que, como ya dijimos, sólo llegaba a producirse
con la emisión de semen dentro del vaso anal.
Pero hay respuestas mucho más interesantes para la reconstrucción de la
etnohistoria de la homosexualidad en el mundo luso-brasileño. Las once
epístolas analizadas por Luiz Mott,
aunque constituyen una fuente primordial, no agotan el tema, ya que, en sus
propias palabras, queda mucho por escrutar en los archivos lusitanos sobre este
asunto.
Por otro lado, podemos extraer algunas conclusiones
de interés. La primera de ellas es la constatación de una gran actividad
homoerótica dentro de las órdenes religiosas. De cada tres encausados por
sodomía por el Santo Oficio luso, uno era miembro
eclesiástico, novicio, coristas,
sacerdote, fraile, sacristán, etc, hasta punto de que en el reino portugués era
frecuente llamar a la homosexualidad vício
dos clérigos.
Además, ya dentro del terreno del homoerotismo, el
contenido de las misivas nos habla con detalle de la versatilidad sexual de los amantes
varones, que rompe los esquemas irreductibles de una visión heterocentrista
sobre la disyuntiva sexual activa o pasiva. Pero, por encima de todo, se nos habla
de la riqueza del erotismo mantenido por los dos frailes, que trasciende lo
puramente carnal, lo que demuestra cómo también en aquel siglo XVII la relación
entre dos hombres podía ser tan intensa, tierna y apasionada como entre un
hombre y una mujer. Los versos de Gregorio de Mattos, que compartió apellido y
época con el fraile delator de los Jerónimos, son en este asunto proverbiales:
El amor es finalmente
un amasijo de piernas,
una fusión de barrigas,
un breve temblor de arterias,
una confusión de bocas,
una batalla de venas,
un rebullir de caderas:
quien diga otra cosa, es bestia.
APÉNDICE:
Esta es la carta primera de Fray Francisco de la Isla de Madeira a Fray Matías
de Mattos:
"Mi cuerpecillo, mi
cachorrillo:
Esta tarde te vi pasar
con el hermano Fray Benito. Bien te vi llegar a la puerta de la huerta en donde
estábamos, y por una grieta te vi y tu linda carita, y tu boquita que deseé
darle un besito con lengua. Y de tal suerte me vi tentado que estuve a punto de
ir tras de ti por la puerta de fuera. De tal manera me vi embebido que llegué a
dar unos pasos para hacerlo, cuando me acordé que allí estaban los coristas.
¡Oh! ¡Qué aflicción
sintió mi corazoncito!. Yo no puedo explicarlo, porque causas grandes se
explican mejor cuando se sienten, supuesto que oculto con el silencio lo que es
digno de tanto aplauso. Vengo a decirte que excede mi dolor todos los modos de
sentirlo: no es posible que haya más penar. Un solo bien tiene tantos males,
que es como no volver a sentir los otros males. No puedo sentir otra pena, que
conociendo tú mi amor no le correspondas con sus cartas, para que tenga más
ocasiones de padecer. Y esta pena sólo queda en mi corazón, porque pena tan
grande no puede explicar alguna pena, ni puede haber papel que sea capaz de
resistir incendios y verter mares.
¿Qué tinta puede haber
que disminuya mis aflicciones, que empañe la pena, recuse el papel, la pena y
la tinta?. Mejor arbitrio es la recompensa en el corazón (como tengo dicho) una
pena tan grande, por no descubrir una pequeña queja tan grande dolor, porque
entonces me dirás: la pena por la explicación y no por el tormento, que no sea
yo digno de lograr tus letras. Por favores tan soberanos, soy el primero en
publicarlos, pero no hago de ellos la mayor estima. Es una falsedad que
desmiente tantas infamias del alma, y advierte que nunca un amante ha de vivir
satisfecho de lo que hace, si no obliga cuidadoso el servir atento.
Ahora, mi amorcito,
escríbeme siempre, y a poder ser, todos los días, aunque sea una línea, porque
con ella aliviaré las penas que te he dicho.
Ahora, adiós, adiós, mis
ojos. Dale recuerdos míos a tu corazoncito. Ojalá llegue la luz del día para
verte esa boquita y tus ojitos que son tan bien hechitos.
No sé qué me ha pasado,
porque no puedo parar en la celda, (ansioso) por verte, por adorarte,
finalmente por meterte todo, todo, todo, dentro de mi corazoncito, en mi alma,
en mis entrañas.
¡Ay mi niño! ¡qué va a
ser de mí si me falta tu vista¡ ¡qué va a ser de mí si logro verte por
cachitos!. ¡Ojalá estuviera siempre, siempre, mirándote! Pero, ¡ay, que no
tengo libertad para eso! Por eso muero, por eso acabo sin que tú acudas a mí.
Ahora acude, acude cachorrito, a tu, a tu corazoncito. Ahora acude, sí,
sí, sí, ¡ay mi corazoncito, dame tus bracitos porque ahí quiero morir". (Hoja 232)
NOTA: La traducción de
esta carta ha sido realizada por el autor de este blog.
PARA SABER MÁS:
Luiz Mott y Aroldo Assunçâo, Love’s
Labours Lost: Five Letters from a Seventeenth-Century Portuguese Sodomite.
En: The Pursuit of Sodomy: Male
Homosexuality in Renaissance and Enlightment Europe, editado por Kent
Gerard y Gert Hekma. Nueva York, Harrington Park Press, 1989, págs. 91-101.
Rictor Norton, My Dear Boy: Gay
Love Letters through the Centuries. San
Francisco, Leyland Publ., 1998.
Luiz Mott, “Meu menino lindo. Cartas de amor de um
frade sodomita, Lisboa (1690)”, Luzo-Brazilian
Review, vol. 38, núm. 2 (Special
Issue: 500 Years of Brazil. Global and
Cultural Perspectives), University
of Wisconsin Press
(2001), pp. 87-115.
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