"Una noche más Adriano era incapaz de
conciliar el sueño. Apoyado sobre la balaustrada que da frente a
las aguas inmensas y serenas del Mediterráneo, con los ojos rebosantes de la
más líquida amargura que jamás tuvo en su vida, miraba al cielo buscando ver
allí a su adorado Antínoo. Y al fin creyó verle sonreír en la inmensidad de la
noche, como un destello infinito que iluminó las lunas tristes de eterna soledad".
(Del relato corto inédito de Rafael Arribas El ombligo de Antínoo).
¿Quién
no ha oído hablar del emperador Adriano y su esclavo Antínoo? Posiblemente sea
la pareja masculina más famosa de todos los tiempos y motivo recurrente en la
literatura gay. Sin embargo, no todos conocen los entresijos por los que
discurrió este amor griego en plena Roma imperial y su proyección hasta llegar
al siglo XXI, cuando el culto a Antínoo aún pervive. ¿Cuánto hay
de verdad y cuánto de leyenda en esta hermosa crónica de amor y pasión? No
siempre es fácil dibujar la delgada línea que a veces separa la realidad de la
fantasía.
LOCURA
DE AMOR
La
pasión que Adriano (73-138 d.C.) sintió por el bello Antínoo pasó a la historia
porque el augusto imperator quedó
trastornado por la muerte prematura del muchacho, quien se ahogó de forma
misteriosa en el Nilo durante un viaje a tierras egipcias. De no haber sido por
aquel dramático desenlace, éste no habría pasado de ser un caso más de los
muchos habidos entre un pedagogo erastés y su
núbil erómenos, relación habitual en
la Grecia clásica, cuyos ecos llegaron hasta la misma Roma. Pero la soledad y
tristeza de Adriano ante la pérdida del bello efebo fue tan intensa que le
impulsó a perpetuar su memoria de manera obsesiva.
Erigió
estatuas en su honor a ambas orillas del Mediterráneo, desde el Cáucaso hasta
Hispania. Acuñó monedas de curso legal con su efigie. Construyó templos por
doquier dedicados a la nueva deidad. Levantó un mausoleo, el Antinoeion, en la
Villa Adriana, en la colina del Tívoli, cerca de Roma. Instituyó juegos y
fiestas en su honor. Fundó y edificó una ciudad entera, Antinóopolis, en el
mismo lugar en el que su adorado amante había pasado a mejor vida. Hasta dio
nombre a una constelación para poder verle con sólo alzar la vista hacia los
cielos en las largas noches que siguieron a su desaparición.
Busto de Antínoo (Museo del Prado. Madrid)
EL
JOVEN BITINIO
A
los 18 años, el 30 octubre del 130 d.C., moría ahogado el joven Antínoo. Los
motivos de su temprana muerte no están del todo claros, aunque todo parece
indicar que el muchacho se hundió en las aguas profundas del Nilo ante la
mirada aterrada del emperador. Comenzaba así uno de los mitos más sonados del
mundo clásico. Sin embargo, la personalidad de aquel hermoso ejemplar humano,
reflejada en los escasos datos biográficos, no ha podido ser reconstruida
totalmente mediante la investigación histórica.
Algunas
crónicas latinas señalan que el muchacho había nacido esclavo en la región
romanizada de Bitinia, en el Asia Menor. Ello no impidió que su belleza llamara
tan poderosamente la atención de aquel
emperador viajero que desde entonces le acompañaría siempre en todos sus
periplos. No se puede precisar la fecha exacta del encuentro, ya que Adriano
viajó a Bitinia en los años 117, 121 y 123/124. Por su parte, Páncrates de
Alejandría poetiza aquel primer encuentro y lo traslada al desierto de Libia:
Adriano habría lanceado a un león que intentaba atacar al joven bitinio y de la
sangre que salpicó la arena brotó el antinóeios,
una hermosa y roja flor de loto.
HISPANIA
A
día de hoy sigue habiendo opiniones divergentes sobre el lugar de nacimiento
del emperador Publio Elio Adriano. Tradicionalmente se ha considerado que nació
en Itálica, cerca de Santiponce (Sevilla), y así lo corroboran la mayoría de
sus biógrafos. Sin embargo, una parte de la historiografía anglosajona se ha
empeñado en situar su cuna en la ciudad de Roma, basándose en una sola fuente,
la Historia Augusta, un texto que, en
opinión de la profesora Alicia Canto, además de las interpolaciones de que
adolece, carece de credibilidad frente a
otros 25 testimonios que ratifican sin duda su origen hispánico.
Adriano,
quien heredó el Imperio del también hispano y tío segundo suyo, Trajano, fue
uno de los grandes nombres en la historia de la Roma antigua. Dentro de su
programa cultural, que fue especialmente activo, Adriano se caracterizó por
aspirar al ideal griego en su vida personal y también social. Por eso el perfil
que de él se habían formado los romanos incluía la pederastia al estilo
ateniense, entendida como una relación entre un maduro erastés, o mentor, y su joven erómenos
en todos los aspectos de la vida, una visión muy alejada de la estrictamente
sexual que recoge la tradición cristiana y desemboca en su moderna
interpretación. Por otra parte, su matrimonio con su esposa Vibia Sabina no
pasaba entonces por su mejor momento.
DE
ESCLAVO A DIOS
Está
claro que Antínoo se convirtió para Adriano en alguien mucho más importante que
un compañero inseparable. De no haber sido así no se explica la obsesión del
emperador por convertirle en una deidad después de fallecido, obsesión que
perduraría hasta su muerte, ya sexagenario. Por otro lado, aunque por
diferentes motivos, una relación tan fuerte entre el hombre más poderoso del
imperio y un joven casi imberbe, cuya condición de esclavo le privaba de
cualquier derecho, no podía pasar desapercibida para los contemporáneos, ni
para las generaciones futuras. En el imaginario mitológico romano, Adriano y
Antínoo representaban en carne y hueso el rapto de Ganímedes por Zeus.
Antínoo-Dionissos
Antínoo
también ha encarnado a los hermosos Apolo y Hermes, o el lúbrico Dionissos, cuyo
culto estaba muy arraigado en las regiones de tradición helenística. Pero tal
vez la más curiosa reencarnación del bello bitinio fue la del dios egipcio
Osiris, quien, según la creencia, también había muerto ahogado en el Nilo. Para
consolidar con mayor arraigo la deificación de Antínoo, el emperador se propuso
implantar un culto sin precedentes en las provincias orientales, un culto que
arraigó tan intensa como sinceramente, ya que se prolongó hasta bien entrado el
siglo V, esto es, varios siglos después de los acontecimientos que lo crearon.
La
palma se la llevó Antinoópolis, ciudad fundada en memoria del joven según el
modelo helenístico, cuyos habitantes recibieron privilegios extraordinarios,
aunque no fue la única. Otros lugares también acapararon el culto al favorito
del emperador, como Bitinio-Claudiópolis -su ciudad natal-, Alejandría, en
Egipto, la griega Mantinea, y hasta Lanuvium, en el mismo corazón del Lacio,
cerca de Roma.
MUERTE EN EL NILO
No
hay duda de que Antínoo murió ahogado a orillas del río Nilo. Otra cosa son las
circunstancias que rodearon su muerte. Algunos historiadores apuntan que se
trató de un accidente. Otros, en cambio, afirman que Antínoo, conocedor de un
augurio que profetizaba larga vida al emperador si el joven se sacrificaba en
su presencia, se inmoló para asegurar al emperador un reinado prolongado. Por
su parte, la Historia Augusta, un
texto de escasa credibilidad, insinúa que Antínoo se suicidó ante un posible acoso
sexual de Adriano.
Desde
una óptica actual no habría que descartar una intriga palaciega, con la
intervención indirecta de la esposa del emperador, quien sin duda no habría de
quedar especialmente afectada tras la muerte de aquél que le disputaba el amor
de su augusto marido. Sea como fuere, filósofos y poetas se aprestaron a
escribir loas y trenas en recuerdo del joven bitinio y el viejo emperador quedó
sumido en la más absoluta tristeza.
Los
esfuerzos de Adriano por consolidar la deificación de Antínoo no fueron en
vano. Aunque su culto religioso le sobrevivió sólo hasta el siglo V, la
perpetuación de su memoria ha llegado a nuestros días, gracias a la erección de
numerosas efigies y representaciones del joven héroe en la escultura y la
numismática. Desconocemos si Antínoo fue retratado en vida, ya que todas las
representaciones conservadas pertenecen a épocas posteriores a su muerte.
Considerando
sólo las esculturas exentas, hay más de un centenar de retratos romanos de
Antínoo, sin contar las numerosas representaciones de su efigie en monedas,
joyas, bronces, etc. Todas ellas se caracterizan por su variedad iconográfica,
sólo comparable a los retratos de emperadores. Las estatuas fueron en sí mismas
modelos a imitar para la representación de efebos y personajes juveniles, lo
que ha provocado identificaciones posteriores erróneas.
Rasgos
suaves, rostro lampiño con un toque de afeminamiento, boca no muy grande con
gruesos labios, nariz recta, cejas curvadas, bucles de blondos cabellos, mirada
ausente y melancólica, son algunos de los atributos distintivos del modelo
antinoóico. Mayor variedad existe, en cambio, en lo que se refiere a la
complexión y posturas del resto del cuerpo. Ejemplos de manual son el
espléndido relieve de Villa Albani, descubierto cerca de la Villa Adriana
imperial, o la Cabeza Mondragone, que formaba parte de una estatua colosal que
idealizaba del joven esclavo como la deidad Dionissos-Osiris portando una
diadema.
Siglos
más tarde, en pleno Renacimiento, el descubrimiento del arte antiguo trajo
consigo un nuevo auge de la imaginería sobre Antínoo, aunque ajeno a la leyenda
del joven y a su papel en la historia. Los grandes escultores italianos vieron
en él la representación del ideal clásico e intentaron emularlo en sus obras de
arte. Surgen así el Antínoo de Belvedere, conservado en los Museos Vaticanos, y
el Antínoo Capitolino, en el museo del mismo nombre, en la ciudad de Roma.
Junto a ellos cabe mencionar por su originalidad el Antínoo-Jonás, obra de
Lorenzo di Ludovico, ejemplo de la cristianización de un joven pagano en la
imagen del personaje bíblico, y que está inspirado en el espléndido Antínoo
Farnesio del Museo Nacional de Nápoles.
¿PADRE, MAESTRO, AMANTE...?
Sin
embargo, a lo largo de la historia la relación entre Adriano y Antínoo ha
pasado por diferentes interpretaciones. En las épocas de mayor oscuridad
intelectual se ha querido obviar cualquier matiz sexual de aquella historia,
llegando a decirse incluso que Antínoo era hijo ilegítimo de Adriano, quien
carecía de descendencia legal, y que, por esa razón, la relación entre ambos
era la de un padre con su hijo. Pero sabemos que no fue una relación
paterno-filial al uso, ya que, como dice Royston Lambert, hubo mucha pasión y
probablemente mucho sexo también.
Y es
que, como cabía esperar, la mayor oposición al mito de Antínoo vino de la mano
del Cristianismo, o mejor, de los Padres de la Iglesia, quienes vieron en él el
reflejo de la corrupción juvenil y pusieron el grito en el cielo cuando algunos
compararon el sacrificio de aquel héroe-dios de Bitinia, que resucitó y
ascendió al Olimpo, con el del mismísimo Jesucristo, dios de Nazaret. Pero
lejos de destruir el mito de Antínoo, los cristianos alimentaron la creación de
una nueva leyenda que ha llegado hasta hoy. La imagen del joven corrompido por
el emperador y sometido a sus caprichos sexuales fue tomando forma a través de
un estereotipo más depurado, como desarrollaría el patriarca de Alejandría
Atanasio a mediados del siglo IV, que no sólo no eclipsó la figura de Antínoo,
sino que potenció sobremanera la idea de su sacrificio y sufrimiento acorde con
la moral cristiana del momento.
Así
llegan las cosas hasta mediado el siglo XVIII, cuando el teórico de arte
clásico Johann J. Winckelmann redescubre la historia de Adriano y Antínoo,
difundiendo una nueva estética del bitinio como la de un joven melancólico. Por
aquella época el pintor Agostino Penna había copiado un busto del efebo para su
libro Viaje pictórico de Villa Adriana.
Habría que esperar un siglo para que John Addingston Symonds rompa en 1898 con
la tradición de omitir la cita de Antínoo en las biografías escritas sobre
Adriano. A partir de entonces, ambos nombres permanecerán indefectiblemente
unidos.
LA FASCINACIÓN DE LOS POETAS
Pero fueron los poetas e intelectuales del siglo XIX
quienes dieron actualidad a la pasión obsesiva del emperador hacia su joven
favorito. En la búsqueda de precedentes para ese amor 'que no osa decir su
nombre', eruditos y estudiosos universitarios británicos vieron en la pareja
Adriano-Antínoo un buen referente donde ubicar sus propios anhelos y
sentimientos. En pleno siglo XX fue una mujer, Marguerite Yourcenar, la
culpable de aportar ritmo e intensidad inusitados a esta historia de amor
vivida en pleno Imperio romano y convertir al joven bitinio en icono gay. Sus Memorias de Adriano, publicadas en 1951,
dieron forma a una de las novelas históricas más leídas de todos los tiempos y
título imprescindible en toda biblioteca de temática gay que se precie.
La
trágica muerte de Antínoo fascinó a poetas de todo el mundo. Oscar Wilde no
podía ser menos, así que se refiere a él
en su poema La esfinge. La figura del
bitinio inspira a escritores alemanes de la talla de Schiller, Goethe y Stefan
George. También el portugués Fernando Pessoa le dedica su poema Antinous, escrito en inglés en 1918,
donde dice cosas como ésta:
La lluvia, afuera, enfría
el alma de Adriano.
El joven yace muerto.
En el lecho profundo,
sobre él
todo desnudo,
la oscura luz del eclipse
de la muerte se vertía.
A los ojos de Adriano, su
dolor era miedo.
Incontables son los ejemplos en la literatura
contemporánea universal. Una aportación interesante en lengua española se
debe a la pluma del argentino Daniel Herrendorf y sus Memorias de Antinoo (2000), que intenta reflejar, mediante un existencialismo surrealista pulcramente
desarrollado, la otra cara de la moneda de aquella historia de amor, desde una
perspectiva más carnal, o la recién salida a las librerías La coartada de Antínoo, de Manuel Francisco Reina (2012), que en primera persona narra la historia del joven bitinio justo el día antes de su muerte.
ANTÍNOO EN ESCENA
De
una forma inconsciente o deliberada Antinoo también ha sido recurso
cinematográfico para muchos directores de cine gay. Sin embargo, hasta ahora no
contamos con ningún largometraje que aborde de lleno el trasunto de esta
historia de amor entre hombres vivida en pleno Imperio Romano. El director John
Boorman, autor de filmes tan conocidos como Zardoz,
El exorcista II o Excalibur, ha proyectado la realización
de una película basada en la novela de la Yourcenar, con el título en inglés, Memoirs of Hadrian, cuyo estreno,
previsto para el año 2008, aún no se ha producido a estas alturas.
En
la esfera del arte plástico, de un tiempo a esta parte Antínoo ha captado la
atención del mundo académico a través de exposiciones monográficas. Entre los
años 2004 y 2005 tuvo lugar en el Museo de Pérgamo de Berlín la muestra Antínoo, amado y dios. Poco después, Antínoo
y el rostro de la Antigüedad, organizada en la ciudad de Leeds por la
Fundación Henry Moore, volvió a recrear en 2007 todo el ideal artístico
generado a través de la imagen del joven bitinio. El último montaje expositivo
se centra en la devoción de Adriano por su favorito y lleva por título Antínoo. La fascinación de la belleza.
La muestra, que tiene lugar en los restos del Antinoeion romano, junto a Roma,
permanece abierta hasta el 4 de noviembre de este año 2012 y pretende captar la
atención del público cara a la restauración prevista del mausoleo para el 2013.
LOS
AMANTES DE ANTINOÓPOLIS
Un
extraño hallazgo se entrecruza con la fascinante historia de Adriano y Antínoo,
añadiendo nuevas evidencias que hacen del amor entre hombres una práctica más
normalizada en aquellos tiempos antiguos de lo que algunos quieren hacernos
creer. En la excavación de la ciudad de Antinoópolis -actual El-Sheij
Ibada-, que dirigió el arqueólogo John Albert Gayyet entre 1896 y 1911, apareció un
tondo funerario, pintado sobre madera, al estilo de las pinturas de gran
realismo que cubrían las momias de El Fayum.
Lo
extraordinario de este tondo, guardado en el Museo de El Cairo (Egipto), es que
representa los retratos de dos hombres que probablemente fueron enterrados
juntos. La historiografía tradicional los identificaba como hermanos, una
mojigata interpretación que cae por su propio peso, dado el escaso parecido de
los dos difuntos -el uno es de tez blanca
y el otro de piel morena-. La pieza se data entre los años 130 y 150
d.C, esto es, fue realizada en los años siguientes a la muerte de Antínoo. Por
sí esto no fuera suficiente, se observa que detrás del hombre de la izquierda
aparece la imagen del dios Antínoo-Osiris, de lo que puede suponerse que ambos
pertenecían al culto de la nueva deidad.
UN
MITO ETERNO
Decía
el británico Royston Lambert que el escándalo fue lo que mantuvo viva la
memoria de Adriano. Los padres de la Iglesia contribuyeron a la mitificación de
este amor profano tan extraordinario como intenso. Por otra parte, la historia
de amor y muerte que se cuenta fue otro de los motivos que contribuyeron a la
rápida deificación del bello esclavo, en una etapa de armonía y prosperidad sin
precedentes por todos los confines del Imperio romano. De otra forma no se
explicaría que el culto de Antínoo sobreviviera hasta bien entrado el siglo V,
esto es casi tres siglos después del reinado de Adriano, como sucedió en
realidad.
Con
el paso de los siglos, la bella historia de amor entre Adriano y Antínoo ha
llegado hasta nosotros casi intacta. Y no sólo como contribución impagable para
la historia de la homosexualidad. El mito de Antínoo trasciende a la misma
relación establecida entre los dos hombres. Por encima de todo, a través de la
historia creada en torno al último dios del mundo clásico -como lo definió Francisco
de la Maza-, las dualidades del amor y la muerte, el tiempo y la memoria, la
religión y la magia, lo antiguo y lo nuevo, la belleza y el poder, cobran hoy
un nuevo sentido.
Por los seis años vividos junto a Fran, mi adorado y bello Antínoo...
Antínoo. Museo del Louvre
PARA
SABER MÁS:
José
María Blázquez, Adriano, Barcelona,
Ariel, 2008.
Francisco
de la Maza: Antínoo. el último dios del mundo
clásico. Alianza Historia, Madrid, 1990.
Marguerite
Yourcenar: Memorias de
Adriano.
Traducción de Julio Cortázar. Barcelona, Edhasa, 1998.
Daniel
E. Herrendorf: Memorias de Antinoo. Buenos
Aires, Random House - Mondadori, 1999.
Antinous:
The face of the antique. Leeds, Henry Moore Institute, 2006.
Alicia
Mª Canto: «Itálica, patria y ciudad natal de
Adriano (31 textos históricos y argumentos contra Vita Hadr. 1, 3»,
revista Athenaeum vol. 92.2, 2004,
pp. 367–408.
Muy buena la historia de estos dos persinajes. Creo que el amor esta por enciam de todo perjuicio.
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